
Un precio de escándalo por una joya comestible
Imagina un melón tan caro que no creerías que no contiene diamantes. El Yubari King, nacido en la helada Hokkaido, ha sido elevado al Olimpo de la fruta: casi 50.000 € por pareja en subasta, más valioso que muchos coches de lujo.
Este “fruto para dioses” no se deja llevar por la casualidad. Para nacer es fruto de una guerra de lujo: hibridado con maestría genética (Earls Favourite x Spicy Cantaloupe), se cría en invernaderos que simulan condiciones extremas, controlando temperatura, humedad, incluso golpeando el melón con suaves masajes diarios para que su corteza sea perfecta.

Una obsesión cultivada con precisión quirúrgica
Las reglas son tan kafkianas como exclusivas: solo un fruto por planta, cuyas flores son polinizadas a mano o con abejas “VIP”. Luego, cada melón pasa por un riguroso ritual: se le deja un tallo cortado con tijeras para la estética, se azota con lavados, masajes, cuidados constantes… solo los sin defecto logran el certificado “Yubari”, y muchos otros se descartan sin clemencia.
Entre rituales, ciencia y perfección: nace el melón que desafía al oro.
¿El sabor? Una explosión indescriptible. Jugoso como un elixir celestial, con un dulzor que derrite cualquier noción de fruta terrenal. Se dice que su aroma envuelve el paladar antes incluso del primer bocado. Algunos chefs lo sirven en copas de cristal, acompañado de oro comestible. Otros, más radicales, lo integran en postres de 1.000 € solo para el efecto teatral. Porque el Yubari King no se come… se exhibe, se adora, se fotografía. En Instagram, su hashtag aparece junto a jets privados, bolsos Hermès y relojes suizos: es el melón que no alimenta, corona.
Más allá del sabor, nace el mito
El Yubari King no es un simple melón: es una leyenda viviente, un lujo comestible que subasta sueños. Solo un puñado lo puede probar, muchísimos más lo contemplan como un trofeo, y solo unos pocos lo elevan a sinónimo de estatus. En un mundo donde todo es efímero, este melón se mantiene eterno… o al menos hasta que otro récord lo supere. Porque no se trata de sabor, ni de precio: se trata de poder contar que tocaste lo inalcanzable. De posar junto a un mito que cuesta más que una fantasía sobre ruedas. Y mientras el resto del planeta come fruta, unos pocos escogen la historia.